jueves, 13 de julio de 2023

EL ÚLTIMO CHAMAN


Alfredo Moffatt, pertenece a la estirpe de los que han podido ir al exterior y luego volcar esa experiencia en el país. Había estado en New York por una beca, trabajando en el Harlem. Toda esa experiencia de los ‘homeless’, de los barrios negros con su violencia de la pobreza, la trajo para contribuir a la psicología social que se venía desarrollando en Argentina. Por eso tenía como maestro a Enrique Pichón Riviere (psiquiatra, psicoanalista, fundador de la Asociación Psicoanalítica Argentina por la década del 40), quien venía trabajando en el Hospital Borda. Allí habían creado la peña ‘Carlos Gardel’, que luego pasó a llamarse ‘Cooperanza’. Al decir de Foucault, era un nuevo dispositivo. Nuevas formas de intervenir en ‘lo manicomial’: para liberar del encierro de los ‘locos’.

Conocí a Moffatt por Tato Pavlovsky. Él realizó las gestiones para que pudiéramos ir a filmarlo con un grupo de psicólogos de Ecuador, a su Escuela de Psicología Social, por la avenida Rivadavia. Ya había escrito su clásico: ‘Psicoterapia del oprimido’. Cito el lugar porque luego entendí que cuando sucedió lo del incendio de ‘Cromañon’ (su escuela estaba a unas cuadras de ahí), Moffat y su equipo fue uno de los primeros que estuvieron atendiendo a las víctimas y familiares en la contención, en el duelo, en el abrazo de despedida. Si algo enseñaba era la solidaridad.

Volví a verlo en una especie de homenaje que se le hizo en la Biblioteca Nacional. Estaba repleta, con sus discípulos y amigos. Continué filmándolo, cuando le entregaban el premio como ‘el Colifato mayor’. Se lo otorgaba un ex paciente externado del Htal Borda, quien le entregaba un premio invisible que alzaba mientras anunciaba por qué lo merecía. Moffatt sentado en el escenario se paró para recibirlo y al tomar el Premio, lo agarraba como si fuera de mucho peso. El auditorio entre aplausos y vítores, se venía abajo. Ese surrealismo no solo amenizaba el encuentro, sino que demostraba el amor de los pacientes que no lo olvidaban en su paso por el Borda. De muchas de sus intervenciones con Pichón, hoy tenemos ‘La Colifata’ y la actual ‘Cooperanza’. Escuelas de aprendizaje podemos decir que nos ha dejado. En el cierre de ese encuentro llamó a volver a armar ‘El Bancadero’. Nos acercamos muchos psi, para remontar esa otra experiencia que había construido luego de la Guerra de Malvinas. Tengo por ahí en mis archivos, una entrevista que le realizaron, en explicar qué era ‘El Bancadero’, y por qué debía surgir. Otra vez un dispositivo simple: escuchar a la gente, generar grupos de trabajo, técnicas grupales; solo que esta vez no eran en el manicomio, sino que era atención para los cientos que estaban saliendo de la dictadura con sus angustias y sus fantasmas.

Hace poco encontré una foto donde está Moffatt con David Cooper. Este psiquiatra sudafricano, que en Londres creó junto a Ronald Laing, ‘La Antipsiquiatría’, vivió en Buenos Aires, casi dos años. Sabía de la gran movida del psicoanálisis que tenía nuestro país, y le parecía que era una buena plataforma para iniciar desde Latinoamérica, lo que se venía organizando en Europa y Estados Unidos con respecto a la ‘desmanicomialización’. En uno de sus libros cita puntual (‘La gramática de la vida’), lo que pudo hacerse en Argentina (basado en trabajos psicoanalíticos de Pichon Riviere, Emilio Rodrigué, Mari Langer) y el ‘despliegue de poder’ en sus instituciones (psi) y organizaciones sociales. El golpe de Estado de 1976 cortó esos proyectos.

Las últimas noticias que me habían llegado eran inquietantes. Circulaba por las redes y luego en un diario, que Moffatt necesitaba ayuda económica. No tenía jubilación y no se sabía si de su Escuela lo estaban por desalojar. Pronto se aclaró la situación de que estaba bien, y que si bien no nadaba en ninguna fortuna, volvía a demostrarse la pronta atención por redes de sus discípulos y amigos. Lo volví a ver cuando le hicieron un homenaje en el Encuentro de Derechos Humanos y Salud Mental, en la ex ESMA. Habló para los que no pudimos entrar (de tan lleno que estaba el lugar), en la puerta. Levantaba su bastón, con su barba canosa, como un viejo profeta dirigiéndose a la muchedumbre. Solo nos dijo que no había que bajar las banderas de la solidaridad, de las utopías, y nos mostraba como él estaba aún de pie diciéndonos esas palabras de lucha. Era ese ‘curador o reparador de sueños’, como lo habían bautizado, pero también era ‘El último chamam’, aquel que ‘sin permiso y sin plata’ se enfrentaba de alguna forma a los sistemas que siguen oprimiendo.

Carlos Liendro


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